El diálogo que se desarrollaba hace unos días a mi
lado tenía como protagonistas a dos chicos en edad adolescente; debían rondar
los dieciséis o diecisiete años, un chico y una chica. La conversación no tenía
desperdicio y versaba sobre un tema que a mí personalmente ya me preocupa desde
la pasada temporada por algunos casos que hemos tenido en nuestro círculo
deportivo cercano. La chica preguntaba al chico el motivo por el que había
dejado de practicar su deporte favorito, al que se dedicaba, al parecer, desde
hacía varios años y no se le daba nada mal, según ella comentaba. Él, serio y
concentrado en hallar una respuesta a la altura de la pregunta, le contestó en
un tono que llevaba implícita la razón total sobre esta cuestión: “No tengo
tiempo. Además, mis padres siempre me están diciendo que lo deje, que me ocupa
mucho tiempo y que ellos tampoco tienen tiempo libre para estar llevándome a
los partidos cuando no tengo con quién ir”.
Bien, pues hoy ha llegado el momento de abordar el
tema del abandono deportivo, orientado al baloncesto en mi caso. Sé que este es
un tema muy controvertido, complicado, que levanta ampollas a algunos y calla
las bocas de otros y que hay opiniones muy diversas y variadas, dependiendo del
punto de vista desde el que se mire.
El abandono de la práctica deportiva, sobre todo en
adolescentes, es cada día más frecuente, aunque es algo que siempre ha sucedido
al llegar a esa edad en la que las prioridades empiezan a cambiar, y no siempre
van orientadas hacia lo correcto. Si les preguntamos el motivo del abandono a
estos chicos, obtendremos las más variadas respuestas, aunque la más frecuente
es la de “no tengo tiempo”, falso en
la mayoría de los casos. Los chicos no dejan de practicar baloncesto de la
noche a la mañana por no tener tiempo para ello, sino que han encontrado otra
cosa a la que prefieren dedicar esas horas que, durante años en muchos casos,
dedicaban a entrenar. Puede ser salir con los amigos, puede ser jugar a la Play, puede ser pasear con la novia o
novio, pero casi nunca es por no tener tiempo para estudiar, como nos gusta
mucho decir a los padres. “Mi hijo ha
tenido que dejarse el baloncesto porque no tiene tiempo para estudiar”…
Frase muy típica que todos hemos escuchado más de una vez y a la que yo,
sinceramente, nunca sé cómo contestar, se me pone cara de tonta y me quedo sin
palabras. Porque pienso: “madre mía, debo
ser una mala madre, que empujo a mis hijos constantemente a estar implicados
con su equipo, a no dejarlos colgados, a no faltar a entrenar,…”. Lo cierto
es que ese hijo que ha tenido que dejarse el baloncesto para poder estudiar
más, no dedica muchas más horas que antes al estudio, sino que, si antes
dividía su tiempo libre entre dos actividades (salir con los amigos y entrenar,
además de estudiar, por ejemplo), ahora solamente tiene que dedicarse a salir y
a estudiar, lo que hace que su carga mental y física sea menor y él se
encuentre más a gusto habiendo “eliminado” el peso de los entrenamientos de su
agenda. No es cuestión de no poder, es cuestión de no querer. Está claro que
llega un momento en el que la decisión o consejo de los padres sobre este
particular deja de ser decisivo, ya que en esas edades de categoría junior, son ellos los que van
inclinándose hacia un lado u otro, pero también está claro que un pequeño
empujoncito y una charla sobre el compromiso y la responsabilidad por nuestra
parte nunca viene mal.
Ahora vamos al siguiente punto. Al mismo tiempo que
se produce el abandono de la actividad física, se abandona al equipo, dejas
tirado a los que tienes a tu lado y a los que han luchado y compartido contigo
buenos y malos momentos a lo largo de los años. Y eso, es más difícil de
arreglar. Cuando el equipo que lucha a tu lado, pierde la confianza que tenía
puesta en ti, cuando el equipo se siente abandonado, es muy difícil recuperar
esa confianza necesaria para hacer andar un equipo. Tenemos que tener en cuenta
que practicar baloncesto implica otras cosas además de hacer deporte. Como
deporte de equipo por excelencia, el baloncesto se ha caracterizado siempre por
ser un deporte “generador de valores”,
un deporte educativo y formativo que enseña a nuestros hijos desde pequeños a
trabajar en equipo, a compartir su tiempo libre con otros niños en un entorno
sano, les enseña la responsabilidad de trabajar junto a sus compañeros para
lograr una meta común. Les enseña a saber ganar y a saber perder, a ser
generosos y humildes en sus triunfos, a encarar la derrota con sabiduría. Les
enseña cómo formar parte de un todo en el que la individualidad queda a un lado
para remar todos juntos. Cuando uno de los componentes del equipo decide
abandonar en medio de la temporada y dejarlo “colgado”, no sólo le está dando la espalda a su deporte, no sólo
está dejando de jugar, sino que está dando la espalda a los jugadores y a su
entrenador, a esos que remaban junto a él.
Hay otro punto que también es muy importante en este
caso y que todos los entrenadores con los que hablo siempre me comentan: el
castigo a los hijos con no ir a entrenar. Siempre ha sido muy típico eso de
castigar sin el entrenamiento del deporte que practican; es algo que les gusta
y nosotros, sin ningún problema, se lo quitamos cuando los estudios no van
bien, cuando hacen algo mal o cuando ya nos tienen hasta arriba con sus cosas.
Sin embargo, los dejamos salir el fin de semana con los amigos o no les
quitamos la videoconsola de turno. No, les quitamos el deporte que tan sano es
y tan bien les viene para todos los ámbitos de su vida, sin tener en cuenta que
también es una actividad formativa y educativa. Claro, consecuencia directa de
la poca importancia que damos a la práctica deportiva de nuestros hijos (con
decir eso de “¡ni que se fuera a ganar la
vida jugando al baloncesto!, tenemos bastante) es el momento del abandono
de algo en lo que tampoco se sienten apoyados, ya que perciben que en casa no
se le da importancia, por lo que dejarlo no les va a suponer ninguna bronca.
Por último, y no menos importante, hay que hacer
mención a la parte de responsabilidad en esto del abandono que también tienen
los entrenadores. No en vano, son ellos los encargados de motivar, formar y
orientar a los jugadores de su equipo de manera que se sientan parte importante
de ese todo que antes comentábamos. Está claro que el peso que cada jugador
tiene en el equipo es diferente dependiendo de sus habilidades, su forma
física, su empatía con el resto, su implicación,… Cada jugador es un mundo y
cada uno de ellos aporta lo que puede dependiendo de sus cualidades deportivas,
algo que a veces los entrenadores no tienen en cuenta, apartando del equipo a
ese jugador más débil o menos decisivo, sin darle la importancia necesaria al
esfuerzo que realiza ese niño para mejorar y sentirse parte importante del
equipo. Esta situación, y hablo con conocimiento de causa, termina, sin ninguna
duda, con el abandono por parte del jugador, aunque en la mayoría de los casos
se produce un cambio de equipo y no un abandono total.
En definitiva, y sea por la causa que sea, es una
pena que nuestros hijos dejen de lado esa actividad deportiva que tanto les ha
gustado practicar durante su infancia y adolescencia por pensar que no tienen
tiempo para todo, por no tener el apoyo y orientación necesarios en casa o por
no sentirse apreciados y valorados por sus entrenadores. Esos tres pilares
básicos en la formación de nuestros hijos deberían ir, siempre, de la mano y
enseñarles que, con trabajo, esfuerzo e interés, todo es posible.
Bss.
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