El otro día fui a ver
terminar el segundo partido de mi hija como entrenadora y la verdad es que me
entró un poco de “morriña”. Sobretodo, me encantó ver la cara de la jugadora
que marcó la última canasta en el último instante, y eso que no les servía
“para nada”: se iban igual con un partido perdido para casa, pero la ilusión con
la que tiró a canasta y la cara de felicidad de ver que entraba…, eso, como
dirían en el anuncio de una conocida tarjeta de crédito, no tiene precio.
Porque ¡¡¡Ellas también juegan!!!
Como os digo, era el
segundo partido, el primero que jugaban “en casa”. Se trata de un equipo alevín
formado por unas cuantas jugadoras y algún que otro jugador. A esas edades es
muy normal ver chicos y chicas jugando en el mismo equipo (así empezó mi hijo,
compartiendo equipo con su hermana y jugando contra otras niñas tres o cuatro años
mayores que él). Algunas de ellas nunca
habían jugado antes, vamos, que llevan un par de meses más o menos en este
maravilloso mundo. En el primer partido les dieron un auténtico palizón y, aunque en este se notó la mejoría, aún no les sirvió para ganar. Pero ahí
estaban, con ganas, ilusión y, por supuesto, intentando
mejorar.
Lo dicho, estar allí me
hizo recordar.
Recordé horas de cancha de colegios y polideportivos, en ocasiones
de pie y en otras ocasiones ¡con posibilidad de sentarnos y todo! Recordé que
ponía el despertador un sábado a la misma hora que los días de semana para
llevarlos a jugar a un sitio o a otro, como al École, con unas heladas…; o el aplaudirles aunque hubieran perdido
(el primer partido oficial que jugaron perdieron de cuatro puntos, creo recordar, y
las madres, la mayoría de las que estábamos allí, nos
pusimos a corear el nombre del colegio, alguna lloró y todo); chillar desde la
grada “¡que te pongas la chaqueta en el banquillo!”, intentar enfadarla un poco
en el camino de casa al polideportivo para que sacara en la pista el genio que
sé que tiene (¡vaya si lo tiene!), hacer el camino de regreso escuchando
todo lo que se dicen en la pista (entre jugadoras de equipos contrarios y entre
compañeras, que a veces me quedaba la duda de si no se les iría la fuerza por
la boca), en mi caso incluso
“provocar” un poco, pero sólo a mi hija, no penséis mal y siempre con total respeto a
los árbitros, entrenadores y jugadores/jugadoras, sean del equipo que sean.
Pero suele decirse que dónde hay confianza… así que a los míos, sobre todo a
ella, a la primera. No me quedó muy claro si era o no buena idea, si de alguna
manera la estaba presionando más de la cuenta, pero sí recuerdo que ya era ella
la que me preguntaba: “mamá, ¿cuántas tengo que meter hoy?”. Recuerdo también que no le gustaba que le
chillara (a veces estábamos justo detrás de ellas en
el banquillo, al pie de cancha literalmente, recogiendo balones incluso), aquello de “por tu madre” pero, la verdad, me salía de tan dentro… Y es que me
emociono, reconozco que soy de las madres que se emocionan, aplauden…, no puedo
parar. Por eso empecé a llevar la cámara de fotos, así estaba ocupada y no
“molestaba” tanto.
Recordé los
inconvenientes, que los tiene; pero también recordé estar encantada con que se
hubieran decidido por este deporte que me apasiona, recordé que siempre pensé
que era mejor que tuvieran una vida lo más sana posible, conocieran gente de
distintos ámbitos y que mejor estábamos un sábado por la tarde metidos en un
polideportivo que paseando por la ruta de reunión de adolescentes, sobre todo
llegados a cierta edad.
El caso es que recordando, recordando, me di cuenta de un detalle. De las compañeras que tuvo en sus
primeros años, aquellos en los que jugaba con la equipación de su colegio,
bueno y mi colegio también, que soy antigua alumna de allí, ella es la única que
continúa. Tuvo sus momentos, hubo temporadas en que dejó de jugar bien por
temas académicos o por otros temas personales, pero ella sigue jugando además de
entrenar. Algunas lo dejaron, antes o después, a causa de estudios, por irse fuera a vivir,
porque en el fondo no les gustaba y lo hacían por “obligación” y, aunque esto
no lo sé a ciencia cierta pero lo sospecho, alguna por no ver demasiado futuro
en esto, por no tener demasiadas opciones en este mundillo y en esta ciudad. Ella,
que casi empezó obligada porque en casa le dijimos que tenía que hacer un
deporte y el que teníamos más a mano en el colegio era el baloncesto (deporte
que le encanta a su madre, así que quizás insistí un poco), sigue jugando y ahora está intentando que otras
niñas disfruten de este deporte.
Yo estoy contenta, creo
que conseguí mi objetivo. Ojalá esas niñas que hoy veo jugar, que empiezan
ahora y que quieren practicar este bonito deporte tengan siempre oportunidad de
hacerlo.
Y ¡quién sabe!, igual
dentro de unos años esa niña que marcó la última canasta sea jugadora
profesional, se dedique a entrenar o esté sentada escribiendo sobre baloncesto…
¡Disfrutad!
#ellastbjuegan
#seccionbasket
#delyadela
#blogperez
#ILoveThisGame
No hay comentarios:
Publicar un comentario